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Microplásticos hasta en nuestros huesos: un tóxico invisible y profundo

La contaminación por plásticos ya no es una amenaza distante, ni una imagen de océanos llenos de botellas y bolsas flotantes. El nuevo escenario -alarmante y silencioso- es el de los microplásticos alojándose en los recovecos más íntimos de nuestros cuerpos: los huesos.

El reciente estudio publicado en Osteoporosis International en agosto de 2025 confirma, por primera vez, la presencia de microplásticos en tejido óseo humano. ¿Qué significa esto para nuestra biología y salud? ¿Puede el plástico, material emblema de la modernidad, reescribir incluso la arquitectura de nuestros cuerpos?​

Un órgano menos silencioso de lo que creíamos

Durante décadas, el hueso ha sido visto como una estructura inerte, un depósito mineral, una simple “columna vertebral” interna. Sin embargo, las últimas investigaciones redefinen al hueso como un órgano endocrino vivo, en diálogo continuo con el resto de nuestros sistemas: músculos, cerebro, inmunidad, vasos sanguíneos, riñones, hígado, aparato reproductor. 

Funciona como un puente químico, lanzando señales y hormonas, modulando procesos vitales y garantizando el equilibrio de nuestros cuerpos.​

Ahora, los resultados de la investigación sobre microplásticos lo colocan ante un estresante nuevo reto. Estos diminutos fragmentos se han abierto paso hasta su tejido dinámico y metabólicamente activo, amenazando una función que apenas estamos empezando a comprender en profundidad.

El recorrido de los plásticos en nuestro organismo es, a la vez, fascinante y perturbador.

  • Inhalamos micro y nanoplásticos presentes en el polvo del aire o liberados por textiles, pinturas o neumáticos.​
  • Los ingerimos a diario, a través de alimentos y agua; estudios recientes advierten que cada año respiramos y consumimos el equivalente a una tarjeta de crédito en plásticos.​
  • Estas partículas han sido detectadas en sangre, placenta, cerebro, órganos reproductores y, ahora, en el hueso humano.​
    Una vez dentro, su viaje no se detiene: atraviesan interfaces biológicas, burlan barreras celulares e incluso se acumulan en tejidos tradicionalmente protegidos, como la médula ósea.

Efectos de los microplásticos en el tejido óseo

Los experimentos in vitro y en modelos animales arrojan una avalancha de consecuencias preocupantes al contacto de microplásticos con células óseas y médula:

  • Inducen estrés oxidativo, una de las rutas celulares más relacionadas con el cáncer y el envejecimiento prematuro de los tejidos.​
  • Fomentan la inflamación crónica y deterioran la capacidad de autorregeneración de las células, alterando el delicado equilibrio entre formación y destrucción ósea.
  • Dañan la diferenciación de células madre mesenquimales, esenciales para la renovación del hueso y la hematopoyesis (formación de células sanguíneas).​
  • Promueven la senescencia (envejecimiento biológico) y alteran la función de los osteoblastos, células que construyen hueso nuevo, resultando en una menor densidad mineral y estructuras óseas más frágiles.
  • Modifican el microambiente de la médula ósea y afectan la producción de células inmunitarias, debilitando las defensas internas y la recuperación frente a infecciones o lesiones.​

Aunque la evidencia aún es incipiente en humanos, la plausibilidad biológica es robusta y encaja con las advertencias de modelos animales y estudios de laboratorio. La sola presencia de estos fragmentos plásticos sugiere un riesgo nuevo, donde los efectos pueden extenderse más allá del propio hueso, debido a su rol endocrino y de comunicación con otros órganos.

La preocupación no se limita al efecto físico del plástico incrustado. Muchos de estos polímeros y aditivos son conocidos disruptores endocrinos: sustancias capaces de alterar la señalización hormonal y desajustar, en dosis mínimas, complejos ejes fisiológicos.​

De los 8.000 millones de toneladas de residuos plásticos identificados, más de 4.200 contienen sustancias de alta peligrosidad por toxicidad, persistencia o habilidad para bioacumularse. 

Casi 1.500 de estos compuestos son carcinógenos, mutágenos o tóxicos para la reproducción, y alrededor de 50 están reconocidos oficialmente por la Unión Europea (UE) como disruptores endocrinos. Cuando alcanzan tejidos hormonales activos como el hueso, la preocupación crece de forma exponencial.​

Estos contaminantes pueden simular, bloquear o modificar la acción de hormonas clave para la salud ósea, el metabolismo, la fertilidad y la inmunidad. Su capacidad para “hackear” la conversación hormonal del hueso con otros órganos redefine la dimensión del problema.

Plástico y enfermedades óseas: una relación emergente

El estudio publicado por Pelepenko et al. enfatiza la potencial relación entre la presencia de microplásticos y enfermedades como la osteoporosis y otros trastornos óseos degenerativos. Aunque la causalidad directa aún está investigándose, varios mecanismos ya se han identificado:​

  • Disminución del crecimiento óseo y alteración de la microarquitectura trabecular (estructura fina del hueso).
  • Favorecimiento de la desmineralización y la fragilidad, aumentando el riesgo de fracturas.
  • Impacto negativo en la respuesta inmunológica interna, dificultando procesos de reparación natural tras daños, cirugías o infecciones.

La historia del plástico en nuestros cuerpos no termina en los huesos. La literatura científica se está llenando de alertas sobre la presencia de micro y nanoplásticos en todos los rincones de nuestra fisiología:

  • En la placenta humana, lugar sagrado de protección fetal.​
  • En la sangre, abriendo paso hacia órganos de alta sensibilidad.​
  • En el cerebro, desafiando la barrera hematoencefálica y potencialmente alterando funciones cognitivas y comportamentales.​
  • En los órganos reproductores, con posibles vínculos a infertilidad, trastornos endocrinos y cáncer.​

Cada nuevo hallazgo refuerza la necesidad urgente de cambiar el paradigma de producción, consumo y reciclaje de plásticos. No se trata solo de limpiar playas, sino de proteger los cimientos invisibles de la vida.

Responder a esta pregunta es, por desgracia, imposible con certeza hoy. La introducción del plástico en entornos antes inexplorados implica la posibilidad de daños aún desconocidos, tanto a nivel individual como poblacional. 

El escenario más probable es el de una suma de microdaños -silenciosos, acumulativos- que con el tiempo puedan manifestarse en epidemias de enfermedades crónicas, osteoporosis precoz, disfunciones inmunitarias o metabólicas.​

El hueso, mucho más que calcio y fósforo, se convierte así en la última frontera de este experimento global y no consensuado con la química moderna.

¿Qué podemos hacer?

Desde Espacio Orgánico, la propuesta no es solo la denuncia, sino la acción consciente:

  • Apoyar iniciativas de reducción de plásticos de un solo uso y fomentar alternativas biodegradables y reusables.​
  • Priorizar alimentos frescos y ecológicos, que minimicen el contacto con envases plásticos y pesticidas.
  • Exigir transparencia y responsabilidad a la industria local y global, presionando por nuevas normativas restrictivas sobre la producción y gestión de residuos plásticos.​
  • Apostar por la investigación genuina y multidisciplinar que profundice no solo en la detección, sino en la mitigación del impacto de estos tóxicos modernos.

El descubrimiento de microplásticos en nuestro tejido óseo debería funcionar como una llamada de atención colectiva. Nuestros huesos ya no solo cuentan nuestras historias personales en cicatrices, fracturas y densidad. Ahora, también son testigos y almacenes de los excesos industriales de nuestro tiempo.

Cuidar la salud ósea, a partir de hoy, será también un ejercicio de conciencia ambiental.

El plástico ha dejado de ser un material ajeno; es parte de nosotros, hasta los huesos. Recuperar pureza y equilibrio ya no es solo una cuestión estética o ética: es una necesidad fisiológica y urgente, para generaciones presentes y futuras.​


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