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La comida ultraprocesada comienza a ser etiquetada como nociva para la salud

En los últimos años, la conversación sobre qué comemos y cómo se nos informa desde las etiquetas ha dado un giro decisivo. Mientras la industria de los ultraprocesados intenta frenar cualquier regulación que ponga en riesgo su negocio, algunos países han decidido situar la salud pública por delante de los intereses corporativos. Uno de los ejemplos más claros es Chile. Y España, ¿en qué punto está?

Chile: sello negro a los ultraprocesados

Chile ha sido pionero en América Latina en implantar un etiquetado frontal de advertencia muy visible en los envases de productos con exceso de azúcares, grasas, sal o calorías. Esos octógonos negros con mensajes como “Alto en azúcares” o “Exceso de grasas saturadas” se han convertido en una referencia internacional de política de salud pública.

Numerosos estudios han mostrado que este sistema ayuda a las familias a identificar de un vistazo los productos más insanos y a reducir su compra, especialmente en hogares con niños.

La presión de la industria fue enorme. Desde el inicio, las grandes multinacionales de ultraprocesados trataron de debilitar la norma, retrasarla o vaciarla de contenido. A pesar de ello, Chile mantuvo un modelo claro, sencillo y comprensible: si el producto supera ciertos umbrales de nutrientes críticos, la etiqueta de advertencia va delante, sin matices ni mensajes amables del mal marketing.

Este tipo de medidas no solo informan, también empujan a reformular productos, reduciendo azúcar, sal y grasas poco saludables. Es decir, obligan a la industria a preguntarse: "¿Podemos hacer esto menos dañino sin perderlo todo en el mercado?". El caso chileno ha demostrado que sí, y por eso se ha convertido en un modelo observado por muchos países.

España: mucha evidencia, poco etiquetado claro

Mientras tanto, en España la situación es muy distinta: el consumo de ultraprocesados se ha triplicado en las últimas tres décadas y ya aporta alrededor del 32% de la energía total de la dieta.

Este cambio alimentario nos aleja del patrón tradicional de dieta mediterránea y se asocia con un mayor riesgo de obesidad, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer.​

Diversos grupos de investigación y sociedades científicas en España llevan años reclamando dos cosas muy claras:

  • Un etiquetado frontal sencillo, visible y comprensible que ayude al consumidor medio a distinguir rápidamente lo más saludable de lo menos recomendable.
  • Medidas estructurales como impuestos a bebidas azucaradas y ultraprocesados, restricciones de publicidad dirigida a la infancia y criterios más estrictos en comedores escolares, hospitales y otros espacios públicos.

Sin embargo, lo que hoy tenemos es un mosaico de información nutricional compleja en la parte trasera del envase y sistemas voluntarios o parciales que no ofrecen la contundencia del modelo chileno. Mientras Chile ha optado por el "si lleva sello, piénsatelo", en España el consumidor sigue teniendo que descifrar tablas y letras pequeñas.

La consecuencia es clara: cuando el etiquetado no es claro, gana el marketing, no la salud. Y los ultraprocesados son maestros del marketing.

¿Qué son realmente los ultraprocesados?

La clasificación NOVA, utilizada en numerosas investigaciones, agrupa los alimentos en función del grado de procesamiento. En el último escalón encontramos los alimentos ultraprocesados, que se caracterizan por:

  • Incluir ingredientes de uso exclusivamente industrial, como jarabes de glucosa-fructosa, almidones modificados, proteínas aisladas, aceites refinados de baja calidad, etc.
  • Contener múltiples aditivos (colorantes, saborizantes, emulsionantes, edulcorantes, conservantes…) cuya misión principal es hacer el producto más atractivo, duradero y adictivo, no más saludable.
  • Estar lejos de un alimento reconocible: lo que vemos suele ser un "producto comestible" diseñado en laboratorio, más que comida de verdad.

Ejemplos típicos de ultraprocesados son:

  • Refrescos azucarados y bebidas energéticas.
  • Snacks salados y dulces: patatas fritas de bolsa, galletas, bollería industrial, barritas de "desayuno".
  • Platos preparados congelados o listos para calentar.
  • Cárnicos altamente transformados (salchichas tipo frankfurt, fiambres con larga lista de ingredientes, hamburguesas).
  • Cereales de desayuno muy azucarados, postres lácteos azucarados, helados industriales, salsas ya hechas, etc.

Cada vez más evidencia relaciona un mayor consumo de ultraprocesados con peor salud, incluso ajustando por calorías totales y otros factores de estilo de vida. No es solo “comer más o menos”, sino qué tipo de alimentos construyen tu dieta.

El etiquetado que necesitamos

A la luz de todos estos datos, muchos expertos plantean que el etiquetado de ultraprocesados debería parecerse más al del tabaco que al de un simple yogur de nevera: advertencias claras, visibles y basadas en la evidencia científica sobre los riesgos de un consumo habitual.​

Se proponen medidas como:

  • Etiquetas frontales muy visibles para productos con exceso de azúcar, sal, grasas saturadas o edulcorantes.
  • Advertencias específicas en productos dirigidos a niños y niñas.
  • Regulaciones que limiten el uso de mensajes del tipo “natural”, “casero” o “artesano” cuando el producto es claramente ultraprocesado.

En definitiva, necesitamos políticas que desarmen el marketing engañoso y pongan en el centro el derecho a una información veraz y comprensible.

En este contexto de confusión, en Espacio Orgánico tomamos una decisión clara desde el origen: En nuestras estanterías solo encontrarás alimentos certificados como ecológicos.

¿Y qué significa eso en la práctica?

  • Que la materia prima agrícola procede de producción ecológica certificada, donde no se utilizan pesticidas sintéticos ni fertilizantes químicos de síntesis, y se respetan los ciclos naturales y la fertilidad del suelo, como manda la normativa europea de producción ecológica.
  • Que se limita el uso de aditivos y coadyuvantes tecnológicos, permitiendo solo aquellos compatibles con la filosofía ecológica, y excluyendo muchos de los utilizados de forma habitual en ultraprocesados convencionales.
  • Que hay controles independientes y trazabilidad: un organismo de certificación revisa y verifica que se cumplen los requisitos desde el campo hasta tu cesta.

En resumen:

“Ecológico certificado” no es un eslogan, es un sistema regulado y auditado que garantiza una forma concreta de producir alimentos, con criterios ambientales, de salud y de bienestar animal muy superiores a los de la producción convencional.

¿Quiere decir esto que todo lo ecológico es automáticamente saludable en cualquier cantidad? No. Un dulce ecológico sigue siendo un dulce. Pero la gran diferencia es que hablamos de alimentos con ingredientes reales, reconocibles y regulados bajo una norma estricta, no de mezclas ultraprocesadas llenas de aditivos y marketing fraudulento.

Greenwashing: cuando lo “verde” es solo un disfraz

En paralelo al crecimiento de la conciencia ecológica, ha crecido también un fenómeno preocupante: el greenwashing. Este término se refiere a las estrategias de marketing con las que algunas empresas se “visten de verde” sin cambiar de verdad sus prácticas.

En alimentación, el greenwashing puede adoptar muchas formas:

  • Envases con hojas, paisajes rurales o palabras como “natural”, “eco” o “verde” sin respaldo de una certificación oficial.
  • Mensajes confusos del tipo “respetuoso con el medio ambiente” o “sostenible” sin aportar datos verificables ni sellos regulados.
  • Campañas que destacan una mínima mejora (por ejemplo, reducir un poco el plástico del envase) mientras el producto sigue siendo un ultraprocesado insano.

El propio sector ecológico lleva tiempo alertando de estas prácticas y ha empezado a desarrollar decálogos y guías para ayudar a las personas consumidoras a distinguir el ecológico real del simple “lavado verde”. Porque si todo parece “eco”, nada lo es de verdad.​

Algunas claves prácticas para no dejarse engañar:

  • Busca el sello oficial ecológico: en la Unión Europea es la hoja verde formada por estrellas blancas. Esa hoja debe ir acompañada de un código de organismo de control y el lugar de producción de las materias primas.
  • Desconfía de expresiones vagas como “natural”, “de la abuela”, “receta casera” o “sano” si el listado de ingredientes es largo y lleno de términos que no reconocerías en tu cocina.
  • Recuerda: si un producto necesita mucho marketing para convencerte de que es sano, probablemente no lo sea.

En Espacio Orgánico, nuestro compromiso es no jugar a la ambigüedad: si decimos “ecológico”, es porque hay una certificación oficial detrás. Y si un producto no encaja en ese estándar, simplemente no entra.


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