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Torre Pacheco y las sombras de un modelo agrícola insostenible

La importancia de profundizar en la agricultura ecológica

En las últimas semanas, distintos acontecimientos han sacudido la conciencia social y han puesto sobre la mesa una de las verdades más incómodas del sistema agroalimentario español: ese producto fresco y colorido que llega a nuestras mesas, aparentemente inofensivo, puede ocultar detrás una cadena de explotación humana y destrucción ambiental difícil de digerir.

Lo que ha sucedido en Torre Pacheco no es un caso aislado ni una trágica casualidad, sino la manifestación más visible de un modelo insostenible hasta la raíz. Un sistema, el agroindustrial destinado sobre todo a la exportación que, bajo la promesa de eficiencia y modernidad, ha sacrificado el alma de la tierra y la dignidad de quienes la trabajan.

En Espacio Orgánico creemos que no hay alimentos verdaderamente saludables si su cultivo implica injusticia, precariedad o un impacto ecosocial negativo (es parte de nuestra Misión corporativa). Por eso hoy queremos hablar de lo que está en juego, y por qué apostar por la agricultura ecológica no es una moda ni un capricho, sino una urgencia ética, social y ecológica.

El espejismo agroindustrial: Alimentos baratos, pero ¿a qué precio?

Durante décadas, se nos ha vendido la idea de que el modelo agroindustrial español, especialmente el del sur peninsular, representa una historia de éxito. Invernaderos kilométricos que multiplican rendimientos, un ejército de trabajadores produciendo a destajo y exportando a ritmo frenético hacia Europa, y productos “frescos todo el año” que alimentan la promesa de bienestar para el consumidor.

Pero ese relato dulce e irreal olvida una piedra angular del sistema: la explotación de la mano de obra, especialmente inmigrante.

Un vistazo a las cifras habla por sí solo: en provincias como Huelva, el 89% de la mano de obra agrícola es extranjera. En Murcia, el 82%. En Almería, el 62%. 

Y ni siquiera hablamos de contratos estables con derechos garantizados; en zonas como Torre Pacheco, se estima que al menos 20.000 personas trabajan sin contrato, en condiciones de vulnerabilidad, muchas veces viviendo en asentamientos precarios.

El modelo agroindustrial depende de mano de obra barata para sostener sus márgenes de rentabilidad. Aumenta el Producto Interior Bruto (PIB) de nuestro país de manera notable, sí pero a costa de deshumanizar los entornos rurales. Promete sostenibilidad, pero deja tras de sí suelos exhaustos, acuíferos contaminados y relaciones sociales rotas.

Agricultura ecológica: una alternativa real

Lo sucedido en Torre Pacheco no es, como algunos titulares insisten, fruto de “culturas incompatibles”, sino de silencios institucionales demasiado ruidosos. El modelo económico actual está secando el alma del campo.

No se trata solo de Murcia. Almería, Huelva, Lérida… Allí dónde un sistema fundamentalmente agroexportador se asienta, los conflictos brotan cada vez con más virulencia.

Nos han vendido una “agricultura moderna”, altamente tecnificada y eficiente, cuando en realidad lo que predomina es un sistema que normaliza prácticas cercanas a la esclavitud.

Desde cualquier mirada que se quiera ética, consciente o digna, no se puede seguir consumiendo sin preguntar de dónde viene lo que comemos y bajo qué condiciones humanas y medioambientales ha sido cultivado.

Frente a este panorama, la agroecología ha demostrado ser una alternativa tangible. No se trata solo de cultivar sin agrotóxicos (aunque eso ya es en sí mismo fundamental), sino de entender la producción de alimentos como un acto profundamente social.

La agricultura ecológica se basa en valores de justicia: justicia con la tierra, con los ecosistemas, con la biodiversidad… pero también justicia con las personas. Proteger la salud no solo de los consumidores, sino también de quienes siembran y cosechan. Pagar precios justos a los agricultores. Fortalecer economías locales y promover el acceso a una alimentación sana y sin tóxicos como un derecho.

Y sí, también es rentable. Cada vez más consumidores, tanto en España como en el resto de Europa, valoran la transparencia y la trazabilidad ética. El mercado BIO crece de forma sostenida y sólida, no por capricho, sino porque cada vez hay más gente que comprende que lo barato sale caro cuando lo que hay detrás es sufrimiento humano y destrucción ambiental.

Alimentarse con consciencia

Comer no es un simple acto fisiológico. Cada euro que gastamos en el súper, cada elección que hacemos en el mercado, tiene una implicación directa. Es una elección de modelo. Comprar productos ecológicos y de comercio justo deja de ser un gesto individual y se convierte en un posicionamiento colectivo frente a un modelo que mutila tanto la vida rural como la salud del planeta.

Cuando elegimos productos ecológicos certificados, cultivados desde la agroecología, estamos eligiendo alimentos libres de agroquímicos, pero también libres de esclavitud. Estamos apostando por modelos agrícolas que fijan población en el campo en lugar de expulsarla, que promueven la biodiversidad en lugar del monocultivo, y que entienden el alimento como relación, no como mercancía.

La agricultura ecológica no es una utopía. Se practica ya en cientos de fincas, cooperativas y proyectos pioneros por todo el país. Son agricultores que no aceptan entrar en la rueda de la explotación para competir en un mercado global que exige sacrificios imposibles.

Son personas que cuidan su tierra como quien cuida de sí, y que apuestan cada día por producir de otra forma: más respetuosa, más consciente, más humana.

Sí, muchas veces el camino no es fácil. Pero el resultado compensa: economías rurales más robustas, alimentación más sana, paisajes vivos, suelos fértiles… en definitiva, futuro.

La agroecología planta semillas de esperanza. Y esas semillas, si se cuidan, si se riegan con políticas valientes, y si se multiplican con el apoyo del consumo consciente, pueden cambiarlo todo.

No hay excusas: hay caminos

Es hora de dejar de aceptar excusas. De desmantelar discursos estériles que culpan a la inmigración mientras se benefician de ella. De dejar de comprar fruta bonita que esconde vidas feas y condiciones inhumanas. 

Y sobre todo, es hora de exigir a los responsables políticos que se mojen. Que regulen con valentía. Que impulsen la transición agroecológica desde todos los niveles: educativo, económico, legal y comunicativo.

El campo debe ser también un espacio de justicia, de vida digna, de bienestar real. La agroecología no es solo una alternativa productiva: es un modelo de vida. Uno que brota desde el respeto, desde la responsabilidad con la tierra y las manos que la trabajan.

Porque plantar justicia también da frutos.


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Agricultura ecológica: la alternativa real para salvar el campo y revitalizar el mundo rural